La Facultad de Derecho Carey recibe 50 millones de dólares de la Toll family foundation para ampliar de manera exponencial el programa de becas ‘Toll Public Interest Scholars and Fellows Program’, esperando duplicar en la próxima década el número de abogados especializados en Derecho Público y fines de interés general.
Esta aportación con espíritu transformador de la sociedad llega en un momento sin precedentes en la historia, crítico, tanto por el brutal impacto social y sanitario generado por la pandemia #Covid19 como por la especial coyuntura de vulnerabilidad social que sufren decenas de millones de personas en Estados Unidos, lo cual implica que actualmente ya se necesitan desesperadamente abogados que trabajen por un sistema más justo y equitativo.
Eduardo Fernández/ Terabithia Press / @3duardoFG / AGG PENN
Abogados formados y especializados en servicio público que en un futuro atiendan a la ciudadanía. Ése el objetivo marcado por la Facultad Carey de Pensilvania, que ha encontrado en la familia impulsora de The Robert and Jane Toll Foundation un multimillonario apoyo económico, con el objetivo de que esta internacionalmente reputada escuela superior de Derecho fortalezca su posición de excelencia y cuente con recursos suficientes para «la captación del talento y la incorporación de nuevos alumnos con independencia de la extracción social de la que procedan», con el fin último de conseguir «el empoderamiento de la próxima generación de abogados defensores» especializados en fines de interés general y social, que trabajen de forma especial para las comunidades e individuos más desfavorecidos. Sin equidad no hay justicia posible ni libertad, ni horizontes de reconstrucción, y el acceso a los servicios legales y, por lo tanto, el amparo de los tribunales siempre ha sido y es (paradójicamente en el que se autoproclama país más libre del mundo) una verdadera quimera económica para más del 50% de la población de Estados Unidos. La catástrofe sanitaria que va a seguir provocando la expansión descontrolada del virus SARS-CoV-2 no sólo va a matar a corto y medio plazo a más de medio millón de norteamericanos (según las estimaciones de un buen número de virólogos, epidemiólogos y matemáticos que se basan en la proyección de las curvas de mortalidad directa e inducida con los datos recabados desde marzo de 2020), y a desestructurar sus familias, sino que dejará, a su suerte, al margen del sistema financiero, a millones de personas que hasta 2020 eran «socialmente participativas, activas y productivas» y que, a su vez, en el actual estadio de la cuestión, nunca más tendrán acceso a los mínimos servicios legales precisos para intentar reintegrarse a la sociedad. Es un problema de hondo calado en Estados Unidos, país en el que las diferencias sociales son exacerbadas, pero la extrapolación de la «no justicia» a países más pobres y menos desarrollados determinará con total probabilidad la técnica destrucción de las estructuras sociales. La aplicación de la justicia y el derecho comunitario en años venideros será tan importante para enfrentar las dificultades como lo es ahora la atención sanitaria.
Ésta es una de las razones de peso por las que la presidenta de Penn UNY, Amy Gutmann, destaca la extraordinaria importancia de esta acción filantrópica, justo en este preciso momento social, cuando el grueso de las donaciones se encamina a la atención de las emergencias; en un tiempo social en que sobre nada hay certeza y con una situación económica que acelera una nueva y brusca apertura en abismo de las cada vez más profundas brechas sociales en Estados Unidos: “El momento no podría ser más importante, ya que nuestro país por fin reconoce de qué forma tan inadecuada nuestro sistema de justicia penal y otras instituciones han respondido a la larga historia de racismo y desigualdad del país». «La filantropía visionaria de Toll reafirma a Penn Carey Law en una posición preeminente para apoyar a una nueva generación de líderes a realizar el trabajo sustancial necesario para una reforma seria y eficaz».
Y es que las recientes corrientes de pensamiento alejadas del ultraliberalismo ejercido e impuesto «por los favorecidos» coinciden en que cualquier reforma social post-pandemia ha de estar apoyada por un cuerpo de expertos en leyes, de extracción social diversa, inspirados en el concepto ciudadanía y de grupo, y que trabajen para las personas más allá de los recursos económicos del asistido (y con independencia profesional de los poderes públicos y fácticos). Como es sabido y hay común consenso, esta es la visión más defendida, especialmente entre las filas demócratas en el ámbito político y entre las generaciones jóvenes de las clases medias, que reclaman una profunda reflexión acerca del sistema judicial norteamericano, tan diverso y dispar entre Estados, como una de las piedras angulares que en las próximas décadas ha de vertebrar ese país. E incluso para liderar el ejemplo internacional. No en vano está siendo este debate -a su vez dilema- otro de los argumentos esgrimidos en muy diferentes Estados durante la campaña electoral. La justicia universal. HOy por hoy un simple desiderátum.
La Fundación Toll, creada por Robert Irwin Toll, cofundador de la empresa estadounidense de construcción de viviendas de lujo Toll Brothers, Inc., y su esposa, Jane, fijó desde su creación su principal fin fundacional en apoyar precisamente proyectos educativos orientados a la promoción de la equidad racial, y financiera, sin duda mediatizados por su pasado familiar ‘jewish’ y su contacto, por oficio, desempeño y negocio, con las élites norteamericanas de marcado tinte racista que guiaban la senda política y económica norteamericana en los Sesenta, década en la que el mecenas Toll se licencio en Derecho en Pensilvania. Sabe bien el efecto social que provoca la defensa del indefenso. Lo mamó en casa, y en la universidad.
Toll sigue ahora muy pendiente, tras su retiro de la primera línea de los negocios, como presidente ejecutivo emérito de la Junta de Toll Brothers, Inc. y ha sido miembro de la Junta de Supervisores de la Facultad de Derecho de la que es benefactor -y de la que fue alumno- desde hace tres décadas. Familia muy activa en batallas filantrópicas, Jane -que es su segunda esposa- integra junto a Toll la junta directiva de las non profit ‘Seeds of Peace’ (organización en lucha por la resolución del conflicto árabe-israelí y por el acercamiento de posturas entre pakistaníes e hindúes) y ‘Say Yes to Education’ (fundación para aumentar las tasas de graduación en secundaria y universidad ofreciendo apoyo a jóvenes y familias en situación de riesgo y en desventaja económica y becando a niños que viven en la pobreza).
La Universidad de Pensilvania no es cualquier cosa: es una referencia en la enseñanza de leyes y ha forjado abogados de renombre. No es Harvard,
Berkeley o Yale, ni siquiera Stanford, pero quizás sólo por el nombre, pues de los pupitres centenarios de Penn Law (ocupados más de la mitad por mujeres y un tercio por estudiantes de raza negra) han salido innumerables primeros espadas de la judicatura, la política y los negocios desde que fue fundada en 1740. Pero es que estudiar en Penn -en Estados Unidos- no es fácil. Más allá del examen de ingreso -muy duro-, hay que estar en condiciones de desembolsar en torno a los 100.000 dólares por cada curso académico lo cual, en visión de la familia Toll, si bien es un precio razonable (más bien de mercado) en el contexto de costes de la educación privada en Estados Unidos, es perverso en esencia por dos razones básicas, una social y otra académica: 1. Deja fuera de la posibilidad de cursar estudios de excelencia al 95% de la población y 2. Desperdicia el talento latente de una potencial población estudiantil interesada en el Derecho, especialmente concienciada en la actualidad con la acción social y crítica y conocedora del «mundo en el que viven».
Ésta es la razón de ser de la becas, de los 50 millones cuya donación ha sido hecha pública esta misma semana concluyendo septiembre, en pleno fragor de la pandemia, y del objetivo que desde hace años persiguen los Toll. Al menos sobre el papel. En 2006, Robert y Jane ya habían donado 10 millones de dólares al programa Public Interest Scholars de la Facultad de Derecho; y la escuela cambió el nombre al de Toll Public Interest Center (TPIC). Fundado originalmente en 1989, el programa de servicio público de esta escuela universitaria lo convirtió en una de las primeras instituciones en exigir que todos los estudiantes completaran 70 horas de servicio público antes de graduarse. La donación de Toll en 2006 ya proporcionó una expansión significativa para el programa y le ayudó a convertirse en un centro excepcional para el servicio público en Pensilvania. TPIC ahora facilita una amplia gama de oportunidades de servicio público y pro bono que se enfocan en «una enseñanza excelente basada en el enriquecimiento personal y el desarrollo de habilidades profesionales». Cada clase que se gradúa adquiere el compromiso de dedicar aproximadamente 30.000 horas de servicio legal pro bono. “Nuestro objetivo es aumentar considerablemente el número de estudiantes que ingresan a carreras de interés público”, explicó a los medios Robert Toll durante el anuncio de la millonaria aportación. «Tengo la esperanza de que esta oportunidad conduzca a un cambio aún más tangible y positivo de los futuros graduados de la Facultad de Derecho».
Otra donación, más modesta pero de fuerte impacto, ‘sólo’ tres millones, realizada en 2018 para crear y lanzar el Toll Public Service Corps, que incluye Toll Scholars and Fellows, al mismo tiempo que establece los premios Alumni Impact, ha conseguido sólo dos años después consolidar un sistema de apoyo financiero y profesional adicional para ex alumnos a través de la condonación de préstamos y el Programa de Asistencia y Reembolso de Préstamos de Peaje (TolLRAP). Se imbrinca en las 12 escuelas de pregrado, posgrado y profesionales de Penn, que están ubicadas en Filadelfia, en un atractivo campus urbano que sirve a una comunidad diversa de más de 20.000 estudiantes de todo el país y a estudiantes llegados de medio mundo. Calificada constantemente entre las mejores universidades de la nación y una de las veinte más destacadas del mundo, Penn tiene una larga reputación de excelencia. Y dinero.
La fundación matriz de la familia ‘de las masiones para ricos’ está radicada fiscalmente en Horsham (pequeña ciudad de poco más de 15.000 habitantes conocida en el condado de Montgomery por albergar la Bimbo Bakeries USA, filial norteamericana de Grupo Bimbo, aunque la familia Toll reside de forma habitual en Miami. Hijo de un judío ucraniano multimillonario emigrado a Estados Unidos que perdió toda su fortuna en el crack del año 1929, Robert Toll fundó la compañía ‘de las casas de más de medio millón de dólares’ (de los de entonces) junto a su hermano Bruce en 1967. La clave de su expansión se forjó curiosamente en un modelo extraordinariamente conservador de negocio, alejado de la especulación con el precio -que ya era fijado en el momento del proyecto y partía desde el inicio incluyendo un colchón del 10 por ciento- y que nunca reflejaba en libros valoraciones futuras ni admitía una revalorización del precio final de venta durante la construcción.
Semillas anti-odio que los Toll plantan cada verano
Desde el año 2000, los empleados, asociados, amigos y familiares de la compañía Toll Brothers preparan el Campamento Seeds of Peace para la temporada de verano. Ubicado a 40 millas al noroeste de Portland (Maine), el campamento está dedicado a inspirar paz y armonía en los jóvenes de áreas asoladas por conflictos en diferentes partes del mundo parea intentar poner fin al ciclo de violencia. Cada año, el campamento acoge a cientos de adolescentes identificados como los mejores y más brillantes de varios países que sufren conflictos intestinos, raciales y culturales.
Dirigidos por facilitadores profesionales, los adolescentes conviven con independencia de su origen y pensamiento durante dos semanas de sesiones deportivas y de actividades diseñadas específicamente para enseñar habilidades de resolución de conflictos. Hasta ahora, más de 2.000 adolescentes que ya representan a 22 países han asistido al campamento de verano y han trabajado con el Centro para la Convivencia de la organización en Jerusalén y en otras áreas, construyendo lazos y extendiendo la amistad.
«La mayoría de estos niños vienen al campamento como fanáticos del Islam o de Israel, y se van como fanáticos por la paz», explica Bob Toll. «La transformación que tiene lugar debe verse para creerse. Es esperanzadora y verdaderamente inspiradora». Cada año, cientos de participantes de Toll Brothers unen fuerzas para dar forma a los campamentos de la fundación Seeds of Peace y renovar los distintos edificios y estructuras. Muchos empleados de Toll Brothers y sus familias han hecho de esta empresa altruista un evento anual y su principal acción de voluntariado corporativo; algunos vienen de ubicaciones de Toll Brothers tan lejanas del campamento como Nueva Jersey para participar y, por qué no, para aprender también tolerancia, diálogo y comprensión de los adolescentes y acercarse a las verdaderas causas de los conflictos de comunidades ‘rivales’ para desmontar intelectualmente, a través de la convivencia, las razones de un enfrentamiento secular que más tiene que ver con intereses geopolíticos que con el verdadero sentir de las personas cuando no se encuentran axfisiadas por la influencia y la presión del entorno y las dificultades, cuando no lo conflictos armados.