por Eduardo Fernández, Matalpino (Madrid, SPA)

Cuarenta y cuatro años llevo juntando letras en serio —aún se componía en linotipia—  y va un redactor jefe iluminado (no es de ABC, ¡no, tranquilos!), y me pide ahora que escriba un artículo ‘periodístico’ de La Fiesta de la Trucha de unas 700 palabras porque ha leído un avance que escribimos en ABC Natural animando a nuestros lectores a que se sumaran a la inauguración de una puta maravilla: la escultura más grande de una trucha forjada en metal por los alumnos de un instituto de un pueblo de Galicia y pintada por un crack del arte urbano, Diego As, (es que fue la noticia más leída de la sección en el día y, claro, hay que remar a favor de corriente…) Con sus dos cojones (no se los he contado). Y yo, con los míos, dos, más pequeños vive Dios, pero más duros sin duda, o menos inflamados o soberbios Cristo resucita, voy y le respondo que “imposible, que no puedo describir, periodísticamente, al nivel que ya lo han hecho decenas de compañeros periodistas durante muuuchos, muchos años, la penetración social y humana que alcanza este evento deportivo, tradicional y festivo en un pueblín, no tan pequeño, erigido casi en la misma raya de Asturies, sobre manantiales de sideritas, y regado por el agua bendita del Eo que, desde hace años, siento que es mi casa: A Pontenova. Ahí es nada. A Pontenova. Y el Eo. Y me da que el rollo tiene que ver con la sangre celta, y con la genética arraigada al terruño.

Y va éste —el que encarga trabajos a los que juntamos letras (que me pierdo y les despisto a ustedes)—, y alucina con mi negativa y mi propuesta alternativa para escribirle algo sobre la que considero mi casa. Total… A estas alturas (bueno, nunca), os aseguro que 700 palabras ya no se juntan, ni siquiera en portátil desde la Sierra de Madrid, o con la ayuda de la IA, por dinero, que, por cierto, sepan ustedes que para comer casi no da. Ya saben aquello de que el que vive sólo de escribir —como decía Baroja y ejercía García Márquez—, come poco, tarde, frío y, muy de habitual, de prestado en la taberna de abajo. Y que bien saben también, quienes me conocen o algunas veces me leen, que me reafirmo en que algunos descerebrados que nos creímos —imberbes de nosotros— aquello de la libertad de prensa y el artículo 20 de la Constitución del 78, nos hicimos periodistas para contribuir a mejorar la sociedad, para glosar maravillas, para denunciar injusticias, recorrer mundo… y, sobre todo, para ir de guais por la vida, que todo hay que decirlo. Y a fe que no miento. Que siempre mola figurar de periodista o reportero, aunque a veces no comas. Pero conoces gente. Mucha. Y a veces cojonuda. Algo muy habitual en Galicia. LO de conocer gente cojonuda.

Al lío. Voy yo —ya no imberbe— y le contesto que, si le parecía bien y con su permiso, le hacía un artículo de opinión —cojonudo— pero que por favor me lo publicara sin cortar y respetando la sonoridad de los tacos, puestos en su sitio, si yo lo escribía no desde la profesión ni el oficio, ni desde el corazón —que eso está muy visto—, sino desde el alma, con los sentimientos, ni con la razón ni con las yemas de los dedos, sólo con lo que mana del espíritu. Me llamó moña, sí sí, moña; el muy mameluco. Qué cabrón, como no soy un Umbral… O igual pensó que había bebido, como acostumbra a hacer él, que no da un paso fuera de la redacción por si lo prejubilan, agarrado como un tití a un coco verde a la magra y dadivosa nómina que le quedó cuando nos echaron a la calle al resto (que conste que me han echado ya de muchos medios, por ‘ganar mucho y ser ya algo mayor’, y que conste que yo ya no fumo, de nada, ni comprado en estanco ni en El Pozo, y no bebo más que agua de la Sierra del Guadarrama, cuando trabajo, como esta tarde), así que…, él me mandó a contar luciérnagas de día y yo le di las gracias por nada. Lo de siempre. La nueva era del periodismo.

Pero no contaba el simiesco mameluco con que nos queda el relato ambiental, y el social, y la crónica y la glosa popular, y el verbo ancestral. Y siempre tendremos A Pontenova. Y no contaba con que quien suscribe es medio gato medio asturiano y tiene maneras de gallego y a veces escribe como le dictan los trasgos. Y encima lo publica el muy insolente. A ver, que aquí habéis llegado a la humilde home de Terabithia a leer de pesca y de truchas y no a que os cuente mis cuitas obnubilado por los efluvios del agua que baja de Navacerrada: al lío. Punto y aparte que esto es muy serio.

La emoción de mi benquerido Superlópez cuando inaugurábamos A Pedra da Honra en el Paseo de la Pesca de A Pontenova en honor a Mundito (otro puto crack celtíbero que se nos ha ido antes de tiempo) resume en mi alma lo que siento por este pedazo de pueblo en el que sus piedras, sus fornos, su naturaleza prístina y exuberante, sus purísimas farios en aguas de otro tiempo —por limpias y puras—, su comida exquisita, sus troitas fritas con torreznos de la piscifactoría de Ribeira de Piquín (la ostia) y su belleza cantábrica son baladíes en comparación con la calidad humana de sus moradores y de nuestros anfitriones. A Pontenova es mucho más que todo eso, A Pontenova es su gente. A súa xente.

Darío (pedazo alcalde), Taracho, López, la encantadora pregonera Odile, hija del pionero Rodríguez de la Fuente, Susana y su marido llegado hace décadas de la lejana Newcasttle, Eli y su muñequita preciosa; Noe, el alma generosa de La Estación, Sara y Piñeiro grabando hasta el último detalle para la tv del recuerdo (dos más de los hijos adoptivos, ¡cómo son!) y un etcétera largo largo que no cito no por falta de espacio —que aquí sobra—, sino por falta de memoria, lo juro, o exceso de alzeimer. Y también los Bruna que cruzan media España (qué tardes de charla, sonrisa eterna y compañía), Roques y su encantadora Lucía (que se vienen conduciendo desde Francia), Longo el de los señuelos que son como realidades virtuales aumentadas y en Saigón se los comerían a la plancha, y su familia (Ovieu), Comba, Casal que entra al río con un par, Leo y Dulce (Simancas), Nacho (un abrazo monstruo de la tele y de la comunicación), Óscar y la queridísima Claudia, Mera, el Canario que dirige la revista de pesca del momento, Vinu (el que ‘casi no habla’ pero convierte el montaje en arte), Brandón, Suso Lennon alias Blackmore, Torres el de los Blues Brothers; gentes extrañas, ;-), llegadas de Cataluña, como el tornero Oliveras, a quien se quiere aunque te ponga a cortar jamón después de conducir 550 km., el querido alcalde de Arroyo de la Encomienda y su encantadora esposa Celia (ya estamos en el tema del hermanamiento Sarbelio), y una nómina eterna de ilustres y habituales visitantes y visitantas de A Festa da Troita, desde hace ya eras, que una vez al año nos hacen sentir que la vida es un regalo con Sound Track dos chicos do Banda do Chumbo, cinco jovenzuelos que apenas están aprendiendo. ¿Entendéis ahora por qué el editor in chief de traje gris y nudo windsor cree que soy un moña? Pues si lo soy no imagina lo que mola, y a él, lo que le toca es joderse, con j de jilipollas, porque no me lo subo a A Pontenova ni de coña… Y hoy escribo así porque sí, con el espíritu. Mirando al Yelmo desde Matalpino, en nuestra Pedriza y añorando ya Galicia ;-).

Hace unas horas me ha mandado Taracho, don Francisco Javier Rois, Conde do Eo, un estiquer por guasap (ver abajo); y creo que a estas horas ya se ha hecho viral porque es como de coña. Y es que este pueblo y sus paisanos son como de otra Galicia, como de otra España. Veréis: llego el 29 de mayo para asistir a los fastos festivos y fotografiar la trucha de hierro más grande que la de Michigan (una trucha del carallo) y lo primero que me encuentro, y estaba orbayando, es a un leñador más fornido y guapo que el propio Mel Gibson en Brave Heart armado con una motosierra y enfrentándose a un puto tronco de pino de 50 años de edad (por abajo os dejo un vídeo) en el que había pintada, como en plan neolítico, y a tiza verde, la silueta de un pez, un pobre pececillo como el que dibujaría un párvulo, nada más. Un cacho pino que decimos por Castilla con un dibujillo. Pues ni leñador ni niño muerto, un artista de la ostia; en otra de las fotos que acompañan a este artículo DE OPINIÓN podéis maravillaros con su obra. Pedazo escultura en madera, policromada, de salmo salar nada menos, para disfrute de caminantes y forasteros. Así es A Pontenova. Bichead en internet quienes no lo conozcáis, que me quedo sin espacio…

Llamadme moña como el iluminado, pero al final de la agenda de papel del 24, en el avance del 25 que viene antes del típico mapa de carreteras, he marcado el 30 de abril y el 1 de mayo en rojo: buscadme el año que viene a vera del Eo. Yo pago las estrellas, de Galicia. Sobre A Festa da Troita, que es, en dos palabras, Im Prescindible, todo lo han contado mejor mis compañeros PERIODISTAS, en prensa, en Anove TV con los reportajes ‘cortitos’ de Miguel, De la Fuente Prieto y Arratia en la radio, La Voz, El Progreso, ABC, etc… Recordad que esto no es ni pretendía ser un artículo periodístico, es un intento —fallido supongo porque resulta imposible— de trasmitiros MI SENTIMIENTO que además estoy convencido que no es único. Se os quiere en Madrid.

Grazinhas.

¡Unha forte aperta meus queridos irmáns galegos!

PD: Y, de forma especial, mi cariño y agradecimiento eterno a mis hijos Sara y Eduardo, que siempre me apoyan y han compartido y comprendido mi pasión por la naturaleza, cómo no a Miguel y a Taracho a Joaquín España, quien siempre creyó en mí, me quiso y me entendió, y nos cuida ‘no río’ desde el Tercer Anfiteatro

© Terabithia Media
El sticker que está ‘petando’ las redes sociales de la pesca

© Entre Cañas