Tras una excepcional y poco conocida labor humanitaria, realizada casi en la sombra, hay historias reales y actuales de voluntarios de todo el mundo que abandonan sus hogares y se enrolan durante años en el mayor buque hospital civil del mundo. Su misión: prestar apoyo quirúrgico y médico en ciudades costeras africanas donde la población no tiene acceso a la sanidad. Lo hacen sin percibir nada material a cambio, sólo el cariño de los pacientes y la ilusión de que transformar el mundo aún es posible

Madrid, Spain, diciembre de 2020

El 93% de la población del África subsahariana no tiene acceso a una cirugía segura y a tiempo, según informa The Lancet, la más prestigiosa publicación médica del mundo. Consciente de este drama sanitario, la ‘non profit’ MercyShips-Naves de Esperanza suma ya cuarenta años aportando su enorme granito de arena para mejorar esta terrible estadística, tras la que se esconden millones de vidas golpeadas por la enfermedad e historias de extremo sufrimiento humano.

Sin la ayuda de la fundación española Naves de Esperanza, la bebé Maomai habría muerto por la asfixia que le causaba un teratoma cervical, Abla seguiría con la fístula que la condenaba al ostracismo y los compañeros de Sally se seguirían riendo de la deformidad de sus piernas. La cirugía no sólo salva vidas, sino que potencia el desarrollo económico de esos países, reduce la pobreza de  familias y ayuda en la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), sobre todo para en el plazo de una década poder garantizar una vida saludable y avanzar hacia el Estado del Bienestar para todas las personas, de todas las edades, con el horizonte puesto en 2030. Con sus buques hospital y la ayuda voluntaria de médicos, enfermeros, cocineros, fisioterapeutas e incluso agricultores, ha visitado más de 50 países en vías de desarrollo, llevando salud y futuro a más de 1,7 millones de personas necesitadas. La ONG Naves de la Esperanza no solo realiza cirugías gratuitas y seguras, sino que también brinda soluciones duraderas y forma al personal médico de los países más necesitados, en cuyos puertos atracan los barcos hospital para fortalecer y estructurar su sistema sanitario local.

La fundación española Naves de Esperanza prepara en Canarias su regreso a Senegal y Liberia para realizar cirugías urgentes y trasmitir conocimiento sanitario a la población

Debido a las medidas sanitarias decretadas por la Administración para contener la pandemia, el buque-hospital Africa Mercy se encuentra atracado en Granadilla, Tenerife, a la espera de comenzar una inminente singladura que le llevará hasta puertos de Senegal y Liberia

Voluntarios con su familia a bordo

El hispano-brasileño Rodrigo Silva, primer oficial de navegación, se encuentra trabajando en el mantenimiento del África Mercy, el buque insignia con el que opera ahora la organización y que está fondeado ahora en las Islas Canarias. Prosiguiendo esta singladura solidaria por África, en abril de 2021, planean retornar a Senegal, un país en el que tenían ya programadas muchas cirugías y consultas, pero que tuvieron que cancelarse por seguridad y para evitar la propagación del SARS_CoV_2 cuando la OMS decretó la pandemia y tuvieron conciencia de la dimensión global de la crisis sanitaria. Después, navegarán hasta Liberia, donde permanecerán asentados durante un año, prestando asistencia médica y quirúrgica, transfiriendo conocimiento sanitario y educando a los profesionales de la salud locales en prácticas clínicas y enfermería. “Ha pasado casi una década desde que no nos ubicamos allí y Liberia es un país extremadamente necesitado, que vive situaciones límite y en el que la sanidad es precaria, los recursos clínicos mínimos y el conocimiento médico muy escaso”, explica este voluntario.

Rodrigo estudió ‘NauticalSciene’ y lo que más le enriquece de su trabajo en Naves de la Esperanza es poder salvar vidas con sus conocimientos técnicos de navegación: “Jamás pensé que podría cambiar las cosas, mejorar la salud de las personas, haciendo aquello que sé: navegar”, asegura. En el barco, le acompañan durante todo el año su mujer y sus hijos, a quienes les encanta vivir a bordo. Los niños tienen muchos amigos, hijos de otros cooperantes. “Hoy en día, solo hay veinte niños en el barco, pero normalmente suele haber en torno a cuarenta o cincuenta; establecen mucho vínculo entre ellos porque están todo el día juntos, estudiando o jugando, son como una gran familia”, explica. Su esposa estudia de manera online y, además, ayuda con sus conocimientos en la escuela del buque hospital. Como su marido Rodrigo es voluntario, la familia se mantiene económicamente con las donaciones filantrópicas que reciben desde la capital Brasilia, gracias a la solidaridad de diversas iglesias, amigos y familia.

Confiesa desde Canarias que le duele la situación actual: “Nos gustaría estar ya en África mientras trabajamos en aquello que sabemos hacer, y ayudando a la gente… Pero hay limitaciones que afectan a todo el mundo, que esperamos que pasen pronto para que podamos seguir dedicándonos a la tarea social para la que hemos sido llamados”.

Alexandra Boutroue, profesora de preescolar, con los alumnos hijos de voluntarios

Un propósito común

Daniela Cruz Ontiveros es la jefa de hospitalidad y, por tanto, se encarga de la logística del buque, del cuidado de los voluntarios (alrededor de 400 y de numerosas nacionalidades), de coordinar bienvenidas, despedidas y también de organizar las visitas de embajadores y gobernadores que reciben en su hospital flotante. “Es un departamento muy bonito, conoces a mucha gente… Me encanta tratar de que se sientan como en casa”, asegura esta colombiana de 29 años, quien lleva ya cuatro años trabajando en Fundación Naves de la Esperanza. Al igual que el resto del personal del barco, no recibe remuneración económica y se mantiene gracias al apoyo de dos iglesias de Estados Unidos, de donaciones de empresas del sector de la salud y de familiares. “Con lo que me llega, nunca me ha faltado de nada. Cada mes pagamos una cantidad al barco que incluye hospedaje, tres comidas al día… Hasta agua caliente tenemos. Estamos bien”, relata.

Daniela explica que le llena enormemente la calidad humana de la gente que pasa por el barco y que -aunque los voluntarios tengan distintas maneras de pensar porque son profesionales no sólo de la salud, sino de múltiples oficios, y proceden de todos los rincones del mundo, hablan diferentes lenguas- al final del día se entienden, porque comparten sus miedos, pero sobre todo el propósito común que anima su voluntad filantrópica: “Seguimos el modelo que Jesús nos enseñó hace más de 2.000 años… Servir y ayudar a la gente desfavorecida; amarla sin pedir nada a cambio”. Además, esta voluntaria relata una historia muy bonita acaecida en marzo, cuando se agravó la situación epidemiológica provocada por la Covid-19. Naves de la Esperanza contrata personal de apoyo del propio país de destino, la llamada “daycrew”, personas que por la noche regresan a sus casas y no se alojan normalmente en el barco. Cuando los contagios aumentaron, no se pudo permitir que nadie entrara y saliese del barco, porque muchos de los pacientes se encontraban en un estado grave de salud y había que aislarlos del coronavirus. “Sin embargo, no podíamos seguir sin ellos: les necesitábamos -relata Daniela-. Entonces, entre el 80% y 90% del personal local se quedaron embarcados para prestar su ayuda, aunque eso implicara no poder salir en un tiempo largo a sus hogares, ni ver a sus familias. Y eso que son gente local con necesidades y que trabaja para poder mantenerse día a día… pero se quedaron confinados con nosotros por amor a los suyos”. A Daniela le conmueve esta ausencia de individualismo en África y “que los locales hiciesen ese equipo con su gente”, apoyándose todos en todos sin importar lo duro que fuera el para qué. Ella cree firmemente que “los seres humanos siempre nos vamos a necesitar los unos a los otros”, y la pandemia es un ejemplo de ello.

Mejorar la sanidad local

Unas cataratas se curan con una sencilla intervención, sin embargo, las personas que no tienen acceso a la más básica atención oftalmológica viven a oscuras. El cirujano Glenn Strauss es el encargado de este tipo de cirugías, que son la principal causa de ceguera curable en el mundo “desarrollado” y provocan más de la mitad de casos de discapacidad visual.

Glenn realizó sus primeras labores en Naves de la Esperanza en 1997 y finalmente se unió a la ‘tripulación médica’ a tiempo completo en 2004, y lo hizo junto a su mujer, con quien desarrolló el programa ‘MercyVision’, destinado a formar a oculistas del África central y subsahariana. “Enseñar a otros oftalmólogos que no han tenido las mismas oportunidades que yo a realizar una cirugía de cataratas de alta calidad es fundamental para la progresiva mejora de los sistemas de atención médica de los países en vías de desarrollo”, afirma Glenn. Ocurre que muchos pacientes desconfían de en la atención médica de sus países y, en ocasiones, buscan soluciones alternativas por medios inadecuados que suelen causar “más daño que bien”.

Este doctor ha logrado formar a cuarenta oftalmólogos y ya ha realizado más de 12.000 cirugías de cataratas: “Espero que mi trabajo haya mejorado muchas vidas”, pero confiesa que “no es posible que todas las operaciones sean exitosas”, ello a pesar de que está satisfecho con las técnicas que emplea y enseña y sus intervenciones oftálmicas tienen una excepcional tasa de éxito a la hora de restaurar la visión, superior incluso al 90%.

A Glenn le encanta la comunidad que se ha formado durante décadas en el barco y el espíritu que anima el propósito de la fundación: “El trabajo en sí presenta muchos desafíos pero ofrece muchas recompensas personales, y es que las amistades nacidas de la superación de dificultades suelen ser las más bonitas, sólidas y auténticas”. Siente que su labor y esfuerzo merecen realmente la pena, y le complace ilustrarlo con historias reales. En una ocasión atendió a una madre y sus cinco hijos, todos ellos ciegos a causa de las cataratas. Las cirugías salieron muy bien y, según cuenta, la familia se puso en pie entre docenas de pacientes y dijo en voz alta con entusiasmo que la operación era lo único que realmente había cambiado sus vidas para siempre.

El doctor Glenn Strauss, cirujano oftalmológico, impartiendo clases prácticas a una cirujana local, la doctora Lena, y recreando la última cirujía realizada en Senegal durante su periodo de voluntariado con Mercy Ships. Anneli Persson, su asistente, explica las técnicas a una enfermera local.

Impacto sostenible: el cambio es posible

Marina Schmid es enfermera y también se encarga de formar al personal sanitario local. Lleva cuatro años seguidos en la organización, aunque se tuvo que marchar en marzo de este año por la presión de la pandemia. Su plan es volver lo antes posible y quedarse en el barco un año más como mínimo. Ama África y el trabajo de Naves de la Esperanza, porque “somos capaces de dejar un impacto duradero en la población, mejorar sus vidas para siempre”.

Ha estado involucrada en el programa ‘Medical Capacity Bulding’ de formación del personal sanitario local para que “puedan brindar la mejor atención posible a sus pacientes”, ya que en ocasiones no cuentan con la formación adecuada o con los medios precisos. Marina explica que estos proyectos son esenciales para poder “lograr un cambio real”, ya que el buque solo puede estar diez meses en cada país y hay que fomentar la cultura de la salud, para que quede arraigada, sea sostenible y mejore vidas a futuro.

Los cursos que imparten se orientan a las áreas clínicas de más necesidad: atención primaria traumatológica, habilidades quirúrgicas esenciales, anestesia segura en obstetricia y pediatría, esterilización oftalmológica… Una parte muy importante de la enseñanza ‘en puerto’ son las llamadas ‘jornadas de formación para formadores’, en las que seleccionan a los participantes más motivados y prometedores y se le enseña cómo convertirse ellos mismos en profesores de los equipos médicos locales de sus propios hospitales. Le encanta ver cómo los lugareños trabajan durísimo “para marcar la diferencia” y mejorar la salud de sus conciudadanos.

Con tan solo unos días de enseñanza, se pueden salvar muchas vidas y, para Marina, es muy gratificante escuchar que ex alumnos de países visitados con anterioridad siguen empleando los métodos trasmitidos por los voluntarios de Naves de la Esperanza: “Son el ejemplo perfecto de que todo esto está funcionado y de que un cambio es posible”. Marina reitera continuamente que “serán los africanos quienes finalmente lograrán transformar su continente y que su misión solamente es ayudarles a avanzar para intentar conseguir el reto de la transformación”.

Aunque también Schmid relata (porque en ocasiones, el trabajo que realizan es muy duro) la esa ‘cara oscura’ del voluntariado como, por ejemplo, “la lucha constante”, ya que tienen que adaptarse a otra cultura y, en ocasiones, el Ministerio de Salud del país anfitrión ni siquiera cumple con su parte de los acuerdos con la fundación. “El reloj funciona de manera diferente en África”. También le duele “el sufrimiento y la desesperanza” que ve a diario. Hay mucha gente a la que no pueden llegar, y se le hace muy duro “no poder ayudar a todos”. Enfocarse “en aquello que puede hacer, en lugar de perderse en aquello que no es posible, es todo un desafío diario”.

Y, por supuesto, ella echa de menos a sus amigos, a su familia, su idioma, su cultura, un salario, su vida cómoda y segura. En el largo plazo, el día a día en el barco puede llegar a desgastar: los voluntarios viven en cuartos muy pequeños y, a menudo, compartidos, sin mucho espacio para la privacidad o “tiempo para una misma; y, además, la tripulación viene y se va constantemente; se forjan bonitas amistades rápidamente, pero las despedidas son muy difíciles”.

Diacko, paciente ortopédico, realiza sus ejercicios de rehabilitación con la tripulación de día.

Niños que vuelven a caminar

María Fortún es una fisioterapeuta española de 31 años que estuvo tres meses de voluntaria hace tres años en el bloque de cirugía ortopédica pediátrica. Su trabajo consistía en llevar a cabo la rehabilitación tras las intervenciones y evaluar la movilidad de los niños. Muchos llegaban al barco con deformidades muy graves. En algunos casos, no podían usar ni las rodillas para desplazarse, para caminar se tenían que servir de la cadera: “Intentaban correr con sus amigos y se caían”, cuenta María. Muchos no querían ir al colegio porque se reían de ellos, mientras que otros ni siquiera podían llegar andando hasta allí: “Darles la oportunidad de que por fin puedan llegar a la escuela o jugar con sus compañeros es increíble y muy gratificante”. Cuando María llegó al barco, acababan de operar a un niño al que le gustaba mucho el fútbol pero que, dado el estado de sus piernas, solo podía jugar con su hermano, quien finalmente también se acababa cansando de jugar con él. Unos meses después, cuando María se fue, ¡el niño estaba echando partidos con todos sus compañeros de clase!

Justo antes del confinamiento, la fisio Fortún volvió a Guinea a visitar a una niña cuyo contacto había conservado. La pequeña se acordaba a la perfección del baile que usaban para despedirse tras haber recibido el alta médica: una versión adaptada del ‘WakaWaka’ con ejercicios de fisio, que María se había inventado pensando en la felicidad de los chavales.

Los dentistas Hadleigh Reid y Carly Gaither tratan a un paciente en la clínica del barco

Invertir sus vidas en las personas

La enfermera colombiana Susy Horta es voluntaria a tiempo completo desde hace casi tres años. Ha salvado vidas en Guinea, Camerún y Senegal, aunque ahora se encuentra descansando en casa de su hermana en Estados Unidos. En enero viaja hasta Honduras para ayudar en un hospital de voluntarios, hasta que en abril de 2021 pueda regresar al buque hospital: “Un mundo paralelo, completamente diferente a lo que estamos acostumbrados en occidente”. Ni siquiera tiene ganas ya de comprar cosas caras. Dice que “compensa sobradamente dejarlo todo, porque he aprendido a invertir mi vida en aquello que más vale la pena: la gente”.

Su trabajo consiste principalmente en entrenar y orientar a las enfermeras nuevas, con quienes “trabaja hombro a hombro”. Le encanta su trabajo, porque tampoco pierde contacto con los pacientes. “Cuidarlos me mantiene conectada con la verdadera razón de estar aquí: servirles pone todo en perspectiva”, escribe Susy en su blog-dirario. Para poder comunicarse bien con ellos, un equipo de la organización se desplaza a modo de avanzadilla al país de destino antes de que comience la misión; y allí buscan traductores, con quienes los enfermeros entablan una relación “muy bonita” porque son su “puente hasta los pacientes” para absolutamente todo.

Susy recuerda sonriente la historia de dos niñas de apenas meses, con muy bajo peso; una tenía labio leporino y otra un tumor que no se podía operar, solo reducir con radioterapia: “Me emocionaba muchísimo la paciencia, dedicación y perseverancia de sus mamás, pero sobre todo la confianza que tenían en nosotros” y admira “cómo sus pacientes del barco disfrutan de lo que hay y aceptan lo que no sale bien; su manera de enfrentar la vida es distinta a la nuestra… La manera de priorizar las cosas, la manera de esperar a que las cosas pasen”. *

El nuevo buque Global Mercy, de 174 metros de eslora, tras ser pintado en los astilleros

Get in touch: @saraelisa_5 / Madrid / Spain

Gnilane, paciente maxillofacial, antes de la cirugía
Gnilane en la actualidad, cursando sus estudios en Dakar, capital de Senegal

Y Gnilane regresó a sus estudios…

Gnilane comenzó a notar un bulto en su cara cuando tenía 15 años. Al igual que ella, el tumor iba creciendo con el paso de los años y, cuando cumplió 19, ya le ocupaba gran parte de la cara. Se sometió a una intervención, pero poco después el tumor volvió a resurgir. Gnilane era muy buena alumna y, sin embargo, el dolor y la falta de concentración que el tumor le provocaba, le complicaban el estudio, que finalmente tuvo que abandonar. Años después, se casó, y ella y su marido invirtieron medio año de salario en consultas médicas. Sin embargo, no contaban con el dinero suficiente para pagar la operación definitiva. Poco después, un amigo les avisó de que el AfricaMercy llegaría a Dakar, capital de Senegal. Gniliane acudió al buque, en compañía de su bebé de 10 meses y de su madre -quien cuidaría del pequeño mientras ella se recuperaba-, y lograron extirparle la enorme neoplasia con la que llevaba malviviendo diez años. Ilusionada, ha decidido que quiere retomar sus estudios. *

Global Mercy, nuevo buque-hospital civil más grande del mundo

Para poder realizar más operaciones y ofrecer más formación médica, Naves de la Esperanza acaba de presentar el buque Global Mercy, un portento médico flotante, 50% más grande que el África Mercy. Estiman que estará listo para 2021. Su primer destino será Liberia. El Global Mercy mide 174 metros y  pesa 37.000 toneladas, está dotado de tecnología puntera, seis quirófanos y 199 camas de hospital. Dado que una de las misiones principales de la fundación es la formación,  contará con un centro educativo que incluye un laboratorio de simulación con realidad virtual y aumentada. Este nuevo buque, que se unirá al actual África Mercy, podrá seguir operando gracias a la solidaridad de 600 voluntarios y se estima que podrá mejorar 150.000 vidas de africanos. *

Reportaje fotográfico: Mercy Ships / Sara Elisa Fdez. / Terabithia Stock

La historia de Djimby:

Y la vida en el barco

Gracias a todos y todas los voluntarios por su colaboración para la elaboración de este reportaje