
Guadalajara desconocida:
aire puro, tranquilidad y Naturaleza
Un recorrido costumbrista por pueblos de cuento y parajes remotos
- Eduardo Fernández G / Terabithia Media
La Sierra Norte de Guadalajara está apenas separada unas decenas de kilómetros de La Alcarria y La Campiña por la A-2 y atraviesa la propia Guadalajara, tranquila capital castellana donde, si procede de camino, hacer parada, buena pitanza y fonda. Los accesos son sencillos y los desplazamientos entre aldeas, rincones naturales y emplazamientos históricos cortos. Algo más de una hora en coche desde Madrid, apenas dos horas desde Soria o Segovia y no mucho más desde Valladolid o Zaragoza.

Vista panorámica captada desde Miralbueno / E.Fdez
Matallana y el río Jarama
Matallana, aldea abandonada adscrita al municipio de Campillo de Ranas, en el corazón de la Sierra de Ayllón, fue quedando deshabitada cuando se inundó el pueblo de El Vado para construir en los Años Cincuenta el embalse que lleva su nombre. En los Setenta, junto a La Vereda, La Vihuela y La Vihuelilla (ésta última solo accesible a pie o en caballería y con guías), quedó despoblada definitivamente. Cuarenta años después, un grupo de pioneros neorrurales se instaló de continuo en Matallana, aun sin agua, luz ni servicios, con lo más básico, y así ocurrió que se fueron rehabilitando algunas casas catalogadas como arquitectura negra.
Hoy podemos disfrutar del legado costumbrista de Matallana al visitar los hogares imbricados en armonía con el entorno para legarnos un patrimonio arquitectónico singular. Y no sólo las sólidas construcciones de piedra a la vera del Arroyo de La Llanada, sino también las ruinas de la minimalista Ermita de San Juan, con su sencilla pero irreductible espadaña entregada a hiedras y zarzas. Ahora en primavera que bajan las aguas (la mejor época del año para recorrer la comarca), es posible caminar dos o tres fáciles kilómetros para descubrir otro rincón ignoto: La Cascada del Algibe y las Pozas de Matallana, formadas por el Arroyo del Soto justo donde se funde con el Jarama.
Curiosos, casi se diría que coquetos, Matallana cuenta con dos puentes fluviales rehabilitados: el que se cruza para acceder al sendero que nos llevará a las pozas, a pie, y el histórico Puente los Trillos, que facilita el acceso a la pista que conduce hasta Colmenar de la Sierra, uno de los principales accesos a la comarca.
Casillos, bolos y aldeas de cuento
Quienes deseen otro salto más en la historia pueden caminar (o conducir) desde las ruinas de Matallana hasta Roblelacasa, un precioso núcleo rural con insólitas viviendas de pizarra, voladizos de madera y hornos adosados, a lo largo de dos calles con calzada de piedra. Una aldea de cuento, en lo alto de una loma, un lugar en el mundo desde la que entender cómo se subsistía con una economía muy humilde, pero cooperativa, en un entramado anárquico deviviendas apretadas y sus casillos, nombre dado a las construcciones incorporadas a la casa para el refugio —y resguarda contra lobos, zorros y comadrejas— de los mulos de arado romano, los cerdos y gallinas y, por supuesto, para suministro de leche y queso: con las cabras y ovejas. Quizás en alguna era abandonada encontremos grupos de lugareños alrededor del juego de bolos, deporte ‘nacional’ de los Pueblos de Arquitectura Negra. Miren, pregunten, aprendan y, si pueden, ¡prueben! Diversión y unos pocillos de vino asegurados.

Las Pozas y La Cascada del Algibe. Arriba, el puente rehabilitados Los Trillos y espadaña de la ermita de San Juan

Pareja de corzos en la Reserva Nacional de Caza de Sonsaz
Comida de casa y posadas ‘petfriendly’
Comer, beber y descansar son objetivos prioritarios de la escapada que proponemos. Y bien cerca de las aldeas. Por ejemplo, en Campillo de Ranas (enclavado en la Reserva Nacional de Caza de Sonsaz), que se descubre —porque es un descubrimiento— a sólo seis kilómetros al norte de Matallana por pista de tierra. Hasta allí sí que conviene llegar con hambre. A los asados de cabrito y cordero, la caldereta, las chuletillas encenizadas y las sopas de ajo, hay que sumar una amplia oferta de cocina de caza: jabalí estofado, perdices escabechadas, diferentes preparaciones tradicionales de corzo y frescas verduras—incluso berujas de los prados, o pamplinas de marzo—, y las setas de temporada. Un poquito más allá, en el recoleto poblado pujante de Campillejo, disfrutará el viajero de más comida de la de casa, no por humilde menos deliciosa: rotundas carnes, huevos a mil maneras, migas, alubias con cosas, croquetas de jamón de la abuela…
Ambas poblaciones disponen de oferta de alojamiento rural y casas de campo familiares, con su chimenea para los días fríos. Es fácil encontrar casa a la que podamos acudir con nuestros perros. Un poco más allá, en Almiruete (el pueblo de las botargas y mascaritas del Sábado de Carnaval), hay establecimientos muy interesantes, alguno incluso con espá. Y en el más populoso Tamajón existen también posadas y casas de alquiler vacacional para todos los gustos, adecuadas para el esparcimiento y diversión de los niños, alguno de ellos dogfriendly.
Deshacemos camino al andar desde Matallana rumbo a la muy cercana La Vereda. O llegamos directamente allí por la mañana, a elección, que bien puede ser el primer destino del camino. Conviene llegar desde Guadalajara capital (una hora), quizás visitando las ruinas del espectacular monasterio cisterciense de El Bonaval (orillado al río Jarama) y una paradita en los miradores del Ocejón, desde donde divisaremos a vista de pájaro un idílico panorama. Precaución: puede ser que la inmersión en el lenguaje natural de lo real maravilloso nos empuje a cambiar de vida y huir a la montaña. No dejarse llevar —al menos en la primera visita— por ese impulso atávico. Tiempo habrá de escapar: lo que es seguro es que regresarán a casa enamorados del mundo.
- Monasterio de Bonaval
- Detalle de los arcos

Entrada a Sigüenza. El puente romano de Valdesotos; y abajo, una vista otoñal del valle que conduce por senderos a La Cabrera; se divisa al fondo, Pelegrina, con la silueta de su castillejo. Un buitre leonado sobrevuela el mirador de Félix Rodríguez de la Fuente / Terabithia Stock
Escenarios de cine y Naturaleza
Abandonado durante décadas desde mediados del siglo pasado, como protegido del asedio de quién sabe qué invasores por los barrancos de los arroyos Vallosera y Cabecillo, también es posible hollar La Vereda en algo más de una hora si se accede desde Torrelaguna (Madrid), eso sí, parando a mitad de camino para conocer el Puente Romano de Valdesotos, desde el que con algo de suerte y mucho sigilo podremos observar nutrias en busca de truchas pintonas autóctonas que pueblan las prístinas aguas, de nuevo, del padre Jarama. Son éstas muy escarpadas tierras pero de fácil acceso también desde el noroeste, por ejemplo si el viajero centra en Sigüenza su campamento vacacional y dedica unos días de descanso a conocer otros pueblos rehabilitados, como Pelegrina, a cinco minutos de los cortados del Río Dulce y sus impotentes buitreras, allí donde Félix Rodríguez de la Fuente filmó un buen número de episodios de ‘El Hombre y la Tierra’. Muy recomendada excursión primaveral u otoñal para niños y abuelos, pues el acceso se hace en coche con suma facilidad. El ya muy restaurado Valverde de los Arroyos, a la sazón incluido entre los cincuenta pueblos más bonitos de España, puede servir de base para conocer la comarca.
Llegamos a La Vereda: destino mágico. Territorio de caza y pesca, alejado de posibles invasiones en la Antigüedad, estuvo poblado al menos desde el Paleolítico, como se ha documentado en diversos yacimientos arqueológicos explorados en cuevas de la zona cuya ubicación omitimos por razones obvias. Un pueblo fantasma durante décadas, refugio quizás de algún pastor solitario y de la fauna autóctona en busca de cobijo de las fuertes nevadas de antaño. Hortales y chortales (manantiales); robledales —muchos— pero también hayas y abedules, avellanos en los sotos, acebos en las umbrías y madroños aislados, jaras, aromáticas… La Vereda fue víctima del aislamiento de la Naturaleza impone y del éxodo hacia la capital ante la falta de recursos y servicios. Afortunadamente, el Estado de las Autonomías devolvió en 1983 la titularidad pública de estas tierras. Y hoy podemos cuidarlas para disfrutarlas.

La Arquitectura Negra en su esencia: La Vereda / E.Fdez

Iglesia y viviendas restauradas con los mismos materiales empleados antaño / Terabithia Stock
La Vereda: legado ancestral recuperado
Hasta allí hemos llegado por carretera asfaltada; y luego, un delicioso tramo por pistas de tierra accesibles en vehículo normal, muy bellas para transitarlas en bicicleta o 4x4. Cada curva, cada apartadero, cada vaguada, cada pontón, invitarán a la parada y a la percepción de aromas casi olvidados, incluso al picnic en un claro del bosque.
Fue hace ya 46 años que un grupo de arquitectos de Guadalajara y Madrid, para frenar el derrumbe total de las edificaciones populares, decidieron crear una asociación cultural para mantener un legado arquitectónico que hoy en día quizá sea la joya de la arquitectura negra de Guadalajara que mejor conserva su esencia, una loable obra de preservación y defensa de la cultura tradicional castellano-manchega y pastoril española. Es en muchos sentidos un verdadero modelo de preservación y defensa de la cultura tradicional y de los biotopos asociados a la presencia humana sostenible. Hoy en día, la rehabilitación de edificios sólo puede ser llevada a cabo con materiales naturales y ancestrales, como barro y adobe de paja, piedra y madera, estando prohibida la incorporación de cualquier tipo de material prefabricado, incluyendo ladrillo, hormigón e incluso metales .La rehabilitación de las casas es llevada a cabo por voluntarios, e incluye hornos, tinadas, cochiqueras, muros, restauración de aperos y puertas… La Vereda casi ha recuperado su imagen original y quizás ello sea porque se prescinde de las ‘comodidades’ urbanas: no está asfaltado, no se permite el acceso de vehículos, carece de luz eléctrica (se usan quinqués, velas…); no hay saneamientos, se cocina con fuego de leña, las personas se calientan en torno al hogar, varios hornos recuperados están en funcionamiento y se utilizan periódicamente para hacer pan o asar las carnes…
Pueblos y estirpes condenados a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la Tierra, escribiría García Márquez; pero el tesón, la sensibilidad, el amor por los valores tradicionales, han conseguido que este rincón abrupto de Castilla-La Mancha haya recuperado hoy su esencia y sus valores y siga como va, avanzando por el mejor camino posible: el labrado por el esfuerzo colectivo de en simbiosis respetuosa y sostenible con la Naturaleza. Un viaje ha de ser un baño de realismo: éste es un verdadero baño de realismo mágico. El visitante ha de escribir el resto de las líneas.

Vista aérea del despoblado de Tobes, al que se accede por pista de tierra / Google Earth
Otras ‘aldeas olvidadas’ cercanas
Umbralejo
- Escondido en un bosque de pinos silvestres, encinas y melojos, este despoblado conserva unas 70 edificaciones entre casas, pajares y otras construcciones, las mismas que se utilizaban en el siglo XVIII, pero perfectamente rehabilitadas como alojamientos, comedores, talleres, aulas, almacenes de herramientas y materiales, para visitas de educación popular y rural de grupos de niñas y niños o jóvenes. Se programan actividades medioambientales y oficios tradicionales que los jóvenes realizan en equipo durante su estancia en el complejo.
Torrecilla del Ducado
- Al norte de Sigüenza, junto a Sierra Ministra, este ahora pueblo deshabitado en buen estado de conservación fue fundado en 1480, cuando Isabel la Católica elevó el Condado de Medinaceli a ducado. En los Años Sesenta quedó despoblado.
Tobes
- A seis kilómetros está otro pueblo abandonado, propio de una serie Netflix. Más de una decena de casas en ruinas y dos en rehabilitación. Se pueden observar las antiguas bodegas de las casas a través de una galería bien conservada.
- Lavanda en primavera
- Verduras ecológicas
- Brihuega
- Al pie de la Sierra

Hayedos en Tejera Negra
CONTENIDO ESPECIAL PARA LA JUNTA DE COMUNIDADES DE CASTILLA-LA MANCHA

terabithia world’s wildlife photography
En el arte de la fotografía, que es por excelencia el arte de la oportunidad, una sola golondrina suele hacer todo el verano.
Sin embargo, también como las golondrinas, esa sola fotografía sumaria no hubiera sido posible sin todas las otras
gabriel garcía márquez
Periodista
Nobel de Literatura 1982











