ENTRE TODOS LO

MATARON Y ÉL SOLO

SE MURIÓ:

EL SALMÓN ATLÁNTICO

EUGENIO FERNÁNDEZ

Crónicas de Fauna / Terabithia Press

La Península Ibérica ocupa un lugar singular en lo que se refiere a distribución de algunas especies emblemáticas de la ictiofauna europea: concretamente ocupa el límite meridional del salmón atlántico (Salmo salar), de la lamprea marina (Petromyzon marinus), y del exterminado (en España) esturión del Atlántico (Acipenser sturio). Estos tres peces tienen una característica en común: en primavera y verano remontan los ríos atlánticos para desovar.
Allí los alevines se desarrollan y durante su fase joven emigran de nuevo al mar abierto donde pasan su vida adulta. Estos tres peces anádromos (así se llaman los peces que presentan este patrón migratorio) siempre fueron un importante recurso económico puesto que se pescaban y servían de alimento a las poblaciones que los tenían a su alcance. Por otro lado, y como sucede como todos los animales migratorios, la presencia de ellos nos hacía sentir la benéfica existencia de los ciclos naturales. Nos ayudaban a mantener los pies en la tierra: si pesco demasiados salmones este año, habrá menos el año que viene cuando regresen.
Hoy lo llamaríamos “pesca sostenible”. Yo lo llamo sentido común.
Así, hay registros que indican que en el siglo XVIII se pescaban diez mil salmones en el río Sella cada año, y que los trabajadores que realizaban obras en los ríos cantábricos exigían que no se les alimentase con salmón más de tres veces por semana de lo abundantes que eran. En la Península Ibérica, históricamente contaban con la presencia del salmón todos los ríos situados entre el Duero y el Bidasoa. Sin embargo, ilustrados y regeneracionistas advertían ya en su momento de que la sobrepesca acabaría por esquilmar este preciado recurso estacional. Su profecía se cumplió.
Todo empezó a torcerse a mediados del siglo XIX con el inicio de la industrialización. Poco a poco muchos ríos empezaban a ser contaminados, canalizados, navegados y sus caudales desequilibrados drásticamente por la deforestación masiva de sus orillas. El desarrollismo franquista puso un nuevo clavo en el ataúd de los salmones al construir multitud de presas
hidroeléctricas en muchos de los ríos salmoneros, que interrumpían las migraciones anuales y, por tanto, dejaban de desovar. También hubo causas externas: a mediados del siglo XX se descubren los caladeros donde los salmones adultos engordaban en mar abierto entre las Feroe y Terranova, y se lanzaron masivas campañas de pesca oceánica de salmones. Aunque
finalmente este tipo de pesca acabó prohibiéndose, el mal ya estaba hecho y las poblaciones de salmones cayeron en todo el continente europeo, a excepción de los cuatro países en los que aún existen poblaciones sanas de salmones: Escocia, Irlanda, Islandia y Noruega.
En España, se pasó de unos cincuenta ríos salmoneros en 1900 a menos de veinticinco en la actualidad, y su límite sur pasó del Duero al Miño. Y una drástica reducción de las capturas ininterrumpidamente al menos desde la década de 1990: en Asturias se pescaron legalmente en 2022 526 salmones, la peor cifra de los últimos once años, y en Cantabria de doce cuencas fluviales históricamente salmoneras, el salmón ha sido exterminado ya de seis de ellas, y sus poblaciones han disminuido entre el 16 y el 87% según las cuencas.
Lo que ha sucedido es que la presión pescadora sobre el salmón no ha disminuido a pesar de todos los factores que han incidido en la disminución de sus efectivos. Es decir, hay cada vez menos salmones pero se le sigue pescando como si nada hubiera pasado. Y esto refiriéndonos a la pesca legal, que si contamos la pesca furtiva no acabamos. Un colectivo minoritario se ha adueñado de los últimos ríos salmoneros, llenándolos de “cotos de pesca” creyendo que son de su propiedad, con el beneplácito de unas autoridades que aún creen en el “turismo pescador” y a las que no les escandaliza que, en plena crisis, haya restaurantes que aún pagan más de diez mil euros por el “campanu”, o primer salmón pescado y muerto legalmente en cada río o Comunidad Autónoma. Autoridades que no dudan en matar a otras especies animales que se pueden alimentar de salmones o de otros peces codiciados por los pescadores como los cormoranes, los “lobos” fluviales a los que hay que exterminar para que un puñado de pescadores bien relacionados puedan seguir exterminando los últimos salmones.
No hay otro camino: si queremos evitar el exterminio de los últimos salmones atlánticos de la Península hay que prohibir su pesca o, al menos, establecer una larga moratoria de por lo menos cincuenta años. Los pescadores pueden entretenerse con toda la morralla exótica con que nos han invadido nuestros ríos para alimentar su sangrienta afición. Pero también hay que revisar una por una las presas, canalizaciones, azudes, desviaciones, etc., con las que se ha castigado a los ríos salmoneros ibéricos.
La pregunta es fácil: ¿estas obras de verdad han contribuido al bienestar de las poblaciones humanas colindantes? Estoy seguro que muchas de ellas sí lo han hecho pero también estoy seguro de que otras tantas no lo han hecho. Y con toda humildad reconocerlo y desmontarlas para realizar proyectos de “renaturalización” de estos ríos que, combinados con la moratoria o prohibición de su pesca, contribuirán a la verdadera recuperación de la especie.
¿Queremos salmones en el futuro? Pues se acabó la fiesta y pongamos de nuevo los pies sobre la tierra. Menos “campanus” y más inversión real en el futuro.
© Crónicas de Fauna 2022

 

Work

terabithia world’s wildlife photography

En el arte de la fotografía, que es por excelencia el arte de la oportunidad, una sola golondrina suele hacer todo el verano.

Sin embargo, también como las golondrinas, esa sola fotografía sumaria no hubiera sido posible sin todas las otras

gabriel garcía márquez

Periodista

Nobel de Literatura 1982