¿QUÉ HACEMOS CON EL
TORO DE LIDIA?
EUGENIO FERNÁNDEZ
Crónicas de Fauna / Terabithia Press
Tanto mi padre como mi abuelo eran buenos aficionados a la tauromaquia. Recuerdo que cuando era niño y televisaban alguna corrida de toros en casa teníamos una liturgia: mi madre preparaba una merienda a base de picoteo, y veíamos la corrida en familia. A mí personalmente, el espectáculo no me causaba la emoción que supuestamente debería causar a quienes lo contemplan. Tampoco me causaba rechazo, ojo, simplemente indiferencia. Yo no acababa de pillarle el punto a eso de matar un toro rodeados de miles de personas.
Mi padre solía decirnos que el toro de lidia era un animal demasiado noble como para someterle a la humillación de ultimarlo en un matadero, sin dignidad. Calambrazo y degüello. Al toro había que darle la oportunidad de defenderse y luchar por su vida. Y de ahí la tauromaquia.
Bueno. No digo que no tuviera razón en ello pero a mí particularmente me chirriaba mucho que en las corridas de toros el 99,99% de las veces ganase el torero. Me parecía que un toro dotado de sus dos pitones y un torero dotado de banderillas y un estoque sí podía ser una lucha más o menos igualada pero es que el torero iba arropado por un equipo de picadores a caballo y de subalternos que le hacían ciertos trabajos sucios, por lo que al final había un desequilibrio claro en favor del torero. Que además “jugaba” en su terreno.
Es verdad que a veces era el toro el que despachaba al torero. Gajes del oficio. Cosas de la Fiesta. Igualdad de lucha. Pero curiosamente era luego otro torero o subalterno el que tomaba el relevo y mataba de todos modos al toro. Seguía sin cuadrarme el tema a pesar de que muuuuy de vez en cuando el público indultaba a un toro. Era algo verdaderamente excepcional.
El caso es que mi padre (y también mi abuelo) empezaba a cabrearse cada vez más cuando veíamos una corrida de toros. Decía que los toros “se caían”, que “eran mansos”, que no “daban juego”. Vamos, que no tenían la menor intención de facilitar el espectáculo de que lo pasaportasen sin más. Decía que “la raza está degenerando” y que “ya no hay toros”, para a continuación explayarse en corridas épicas de hacía treinta o cuarenta años atrás.
Mi padre acabó borrándose de los toros. No es que se hiciera antitaurino de repente sino que el espectáculo que él esperaba ya no existía ni se daba. Y yo me pregunto cuántos aficionados a la tauromaquia han hecho la misma “apostasía silenciosa” o “espantá”, en términos más taurinos, que mi padre y han abandonado un espectáculo moribundo ya antes de que el movimiento antitaurino se hiciera, digámoslo así, mayoritario entre la población española.
No es objeto de este artículo el analizar las causas del declive de la Tauromaquia. No hace falta ser un lince para darse cuenta, únicamente usando los ojos y los oídos (y no las anteojeras ideológicas) que a la mayoría de los jóvenes de hoy les interesa más Netflix que las corridas de toros. Las plazas cierran, las ferias se suspenden y muchos ganaderos de lidia se han pasado a razas ganaderas cárnicas de las tradicionales. Es lo que hay. La tauromaquia en España va a desaparecer sí o sí. Por mucho politiqueo que se quiera hacer de ello, es un hecho. No es cuestión de “si”. Es cuestión de “cuándo”. Posiblemente no llegará al siglo XXII.
Entonces, ¿qué haremos con los toros de lidia? Los adalides de la Fiesta dicen que el toro, como animal que se cría exclusivamente para la lidia, sin tauromaquia desaparecerá como raza y patrimonio zootécnico. No es verdad. No todo el ganado de lidia se mata en corridas de toros y una buena parte de él, más bien la mayoría, va al matadero igualmente puesto que se trata de una raza de explotación cárnica fundamentalmente.
Por tanto, el toro de lidia no va a desaparecer pero, ¿tiene que ser una raza sólo para el matadero?, ¿no caben otras opciones que atraigan riqueza y puestos de trabajo al mundo rural?
Mucho se ha debatido sobre la relación genética entre el toro de lidia y el ancestral uro (Bos
primigenius). Indudablemente se trata de la segunda raza vacuna más abundante en España tras la vaca frisona, y es una raza muy antigua que se configura en la Edad Media tal vez partiendo de vacuno asilvestrado que vagaba en la ‘tierra de nadie’ que separaba los dominios musulmán y cristiano en la Península desde el siglo IX.
El toro de lidia ha pasado a un segundo término dentro de los proyectos para lograr una especie de “uro” reconstruido a partir de razas vacunas antiguas en las que podría haber sobrevivido tanto una cierta morfología como un carácter más salvaje y menos dependiente del ser humano, como pueden ser la vaca pajuna o la vaca sayagüesa, por poner dos ejemplos. Por alguna razón se considera al toro de lidia alejado genéticamente de este grupo de razas ancestrales con las que se realizan proyectos de rewilding y recuperación de grandes herbívoros en Europa.
Pues bien, una investigación de la Universidad de Córdoba de 2017 encontró dentro del genoma de Bos taurus, el vacuno actual, un nuevo haplogrupo, denominado Y 1.2, que no se conocía antes, y que engloba a las actuales razas Tudanca, Avileña, Berrenda en Negro y en Colorado, Pajuna, Retinta y, lo que es más interesante, algunas ganaderías del Centro y Sur de España de toros de lidia pertenecientes a la Casta Vistahermosa, que es una de las Castas fundacionales de la actual ganadería de lidia.
Por tanto, parte del ganado bravo sí puede ser “cultivado”, estudiado y aprovechado para
interesantes proyectos de rewilding en dehesas y zonas que, en lugar de ser abandonadas, puedan ser convertidas en verdaderos “Serengetis” ibéricos abiertos al público general que pagaría una entrada por ver vastas manadas de toros, “uros” reconstruidos, ciervos, gamos, muflones… pero perseguidos, depredados y controlados por lobos y linces ibéricos, parte insoslayable de cualquier proyecto serio en este sentido.
Este aprovechamiento turístico es perfectamente compatible con extraer de la finca o dehesa los ejemplares que el dueño considere oportuno para enviarlos al matadero y comercializar su carne de bravo, reconocida legalmente como carne de raza autóctona. En este sentido, la depredación por lobos y linces ayudaría a eliminar a los ejemplares enfermos y viejos y a configurar una cabaña brava sana y en las mejores condiciones de comercialización. Un trabajo de selección natural completamente gratuito para el ganadero, y que le ahorrará además mucho dinero en medicinas y cuidados veterinarios.
¿Y por qué no también la creación de un Museo Nacional del Toro Bravo?
No se trata de un museo de la Tauromaquia, de ésos hay unos cuantos y van a cerrar de todos modos. Se trata más bien de dar a conocer al toro de lidia, un verdadero desconocido del cual el grueso del público ignora su origen y su cuidada genealogía, estructurada en Castas, Encastes y líneas genéticas, abierto a los investigadores en genética animal y por tanto capaz de crear puestos de trabajo en Bioquímica, Genómica y también Educación Ambiental.
¿A que el futuro del toro de lidia sin la tauromaquia es esplendoroso? Pues toca empezar a hacerlo realidad.
Photos © Garcés Rivero / Terabithia Stock / Turismo Salamanca