EL HOMBRE DE ALCATRAZ
O EL PODER REDENTOR
DE LA FAUNA
EUGENIO FERNÁNDEZ
Crónicas de Fauna / Terabithia Press
Seguramente a las nuevas generaciones el nombre de Robert Stroud no les dirá nada. Por el contrario, a los que somos más mayorcitos este nombre nos evoca una película que tuvo cierta fama en su época: ‘El hombre de Alcatraz’, de 1962, y protagonizada por Burt Lancaster, quien interpretaba el papel de Robert Stroud. ¿Por qué este hombre mereció que su vida fuese llevada al cine?
Stroud nació en 1890 y pronto empezó a transitar los caminos de la delincuencia. En 1909 se establece en Alaska, donde ejerce de proxeneta, y asesina a un hombre que había atacado a su, llamémosla, “protegida”, siendo sentenciado a doce años de prisión en la penitenciaría de la Isla MacNeill. Stround pronto demostró ser un preso conflictivo y tras asaltar el dispensario en busca de drogas y apuñalar a otro interno, en 1912 se le traslada a la dura y mítica Penitenciaría de Leavenworth, Kansas, donde en 1916 asesina a un guarda, crimen por el que se le sentencia a la pena de muerte.
Tras diversos juicios nulos y repeticiones, la sentencia de muerte es confirmada en 1920 pero finalmente el Presidente Wilson ejerce su prerrogativa de clemencia y se le conmuta la pena de muerte por cadena perpetua, en una celda de aislamiento. Stroud estaba muerto en vida.
Un buen día, Stroud estaba dando su paseo diario por el patio de la prisión cuando encontró un nido con tres gorriones heridos dentro. Algo debió removerse en el interior del terrible criminal puesto que los recogió y, a base de ingenio, logró cuidarlos hasta que alcanzaron la edad adulta. En aquellos momentos, en ocasiones se permitía a los internos poseer canarios y Stroud pronto empezó a hacerse con canarios para criarlos, llegando a hacerse un experto en ellos. El alcaide William Biddle vio las posibilidades de esta actividad para la rehabilitación de los presos, y permitió a Stroud hacerse con todos los materiales y productos necesarios para criar, y también vender, sus canarios. Su “negocio” iba tan bien que la prisión llegó a proporcionarle un “secretario” para ayudarle.
Pero el asunto iba demasiado lejos para la época y para la cultura penitenciaria de los EE UU, y en 1931 las autoridades intentan obligarle a que se deshaga de sus canarios. Una de sus “clientas” lleva el asunto a la Prensa y se armó tal escándalo que el mismísimo Presidente Hoover tomó las medidas necesarias para que Stroud continuara con su negocio de canarios. Incluso llegó a casarse con su clienta, en parte para evitar que, al ser casado, se le trasladase a otra prisión fuera de Kansas.
Pero Stroud no sólo se limitaba a criar canarios para venderlos. Ante un brote de enfermedad de sus canarios, él investigó hasta encontrar un remedio para curarlos, y llegó a convertirse en una autoridad mundial en la materia, hasta publicar el libro ‘Enfermedades de los canarios’.
A pesar de todo ello, se le acusó de estar usando su laboratorio para fabricar alcohol clandestino y en 1942 se le traslada a la Penitenciaría de Alcatraz, donde no se le permitió continuar con su actividad ornitológica, y donde murió en 1963. Ninguna de sus peticiones de obtener la libertad fue atendida.
Nos encontramos aquí con la capacidad redentora y rehabilitadora que la fauna, o una actividad relacionada con la fauna, puede ejercer en algunos delincuentes, quién sabe si en la mayoría de ellos. Desgraciadamente, el sistema penal de los EE UU está basado sobre todo en la venganza y en la idea de que hay que encerrar a los elementos indeseables para proteger a la sociedad, muy lejos del ideal rehabilitador que impera en Europa.
Me parece evidente que Stroud se había convertido en un empresario criador de canarios y, si se le hubiera concedido la libertad condicional, probablemente se habría convertido en un honrado miembro de su comunidad. No fue así, y Stroud pasó 21 años en Alcatraz abandonado a una psicopatía que podría haberse evitado o atenuado.
La mera presencia de la fauna obra fuertes emociones en la mente humana. Tal vez podría usarse más frecuentemente en la rehabilitación de delincuentes, o al menos de aquellos para los que su perfil psicológico pueda aconsejarlo.
El alma humana es compleja e insondable, pero no hace falta ser un psicólogo para darse cuenta del daño psíquico que al humano de hoy se le hace al separarle artificialmente de la fauna y la Naturaleza.
ILUSTRACIONES / © Metro Goldwin Mayer / Terabithia Stock
Work